sábado, 25 de octubre de 2008

TEMA 1: LA EXCAVACION ARQUEOLOGICA.


Selección de lecturas

Licenciatura: Historia
Asignatura: Técnica y Tendencias en Arqueología
Profesor: Dr. E. García Vargas
Departamento: Prehistoria y Arqueología

LA EXCAVACIÓN ARQUEOLÓGICA

Ph. Barker, Techniques of Archaeological Excavation, Londres, 1977


(p. 11) La excavación recupera de la tierra evidencia arqueológica que no puede obtenerse de ninguna otra forma. El subsuelo es un documento histórico que, al igual que los que se hallan escritos, debe descifrarse, traducirse e interpretarse antes de que pueda ser usado. Para los dilatados períodos prehistóricos de la historia humana, la excavación es casi la única fuente de información y en los períodos protohistóricos e históricos proporciona información allá donde las fuentes escritas son inexistentes o han desaparecido. Cuanto más refinemos nuestros métodos y técnicas, más válidas serán las interpretaciones que obtengamos de nuestros resultados.
(...)
Todo nuestro paisaje, urbano y rural, es un vasto documento histórico. En su superficie se ha acumulado una constante multitud de cientos o miles de pequeñas acciones de cambio, tanto naturales como humanas. El propósito de la excavación es muestrear la secuencia y el efecto de esos cambios de la superficie en un lugar concreto. Tales muestras serán, inevitablemente, siempre muy pequeñas, ya que incluso la mayor excavación no abarca más que una pequeña fracción del paisaje en estudio. El lugar escogido debe ser teóricamente el que prometa arrojar el máximo de información sobre las (p. 12) cuestiones que nos interesan: períodos de ocupación, tipos de estructura, prácticas funerarias, unidades sociales, información medioambiental sobre el pasado, o, afortunadamente, todas las anteriores y algunas más acerca del lugar.
Cada yacimiento arqueológico es en sí mismo un documento. Puede ser leído por un excavador entrenado, pero resulta destruido por el mismo proceso de lectura. A diferencia del estudio de un documento antiguo, el estudio mediante excavación de un yacimiento es una experiencia irrepetible. En casi ninguna otra disciplina científica, con excepción del estudio del individuo humano y otros animales, es imposible comprobar o falsear la validez de un experimento mediante el procedimiento de repetirlo y observar sus resultados. Dado que no hay dos yacimientos arqueológicos iguales, ni en conjunto ni en los detalles, nunca es posible verificar de forma concluyente los resultados de una excavación con otra, ni siquiera en el mismo yacimiento, excepto a grandes rasgos, y a veces, tampoco así.
En el caso de una excavación urbana, puede ser practicable confirmar una secuencia defensiva o la estratigrafía general presente en un lugar mediante la excavación de otro muy cercano, del mismo modo que puede ser factible, en un lugar donde una secuencia de edificios de piedra ha sido conservada tras la excavación, reexaminar la evidencia como se hace con un documento escrito. Pero generalmente, la excavación es destrucción, y a menudo destrucción total.
Nuestra responsabilidad es, pues, muy grande. Si nos equivocamos al leer nuestros documentos, dado que los destruimos, la evidencia primaria que aportamos a aquellos interesados en el pasado puede ser errónea, y quienes nos sigan pueden equivocarse sin tener manera de ser conscientes de ello.
El trabajo del arqueólogo excavador es producir nueva evidencia desprovista en lo posible de distorsiones subjetivas y ponerla rápidamente a disposición de otros especialistas de una forma que ellos puedan usar con confianza en su propia investigación. Esto, sin embargo, no basta. Hay cada vez más gente con un interés muy cualificado por el pasado. Los resultados de la excavación arqueológica y su integración en la historia local, nacional y continental pueden presentarse a estas personas de formas diferentes, pero igualmente válidas, como montajes museísticos libros de síntesis, conferencias y programas de televisión y radio.
La evidencia desenterrada por una excavación y las deducciones razonadas que pueden obtenerse de ella usando la evidencia complementaria de otras fuentes, documentales, lingüísticas, científicas, epigráficas o de cualquier otro tipo, nos permite, gracias a la imaginación, reconstruir panoramas fragmentarios del pasado, como clips de una película muda mal proyectada.
Poco a poco vamos construyendo una versión más completa y de más calidad de la película. Nunca la completaremos, y como cualquier película estará siempre sometida a las distorsiones que introducen el montaje y la edición, así como el punto de vista no sólo del director, sino también de la audiencia.
Nuestra misión es disminuir las distorsiones, enfocar las imágenes borrosas y discernir las trayectorias convergentes que a lo largo de los últimos cincuenta milenios nos han conducido al punto en el que yo escribo, y tú lees, este libro.
(...)

(p. 53) (...) No creo que yacimientos y monumentos de períodos diferentes requieran técnicas de excavación diferentes. Una cabaña de la Edad del Bronce puede excavarse con exactamente las mismas técnicas que una gran casa medieval, una villa romana con los mismos métodos que un caserón feudal medieval.
Ni creo que que la función de un edificio o lugar determine la manera de excavarlo. Un templo no ha de excavarse de forma diferente a un palacio, un castillo no debe excavarse de forma diferente a una mina de plomo (...) deben excavarse del mismo modo, independientemente del tipo de yacimiento.


V. M. Fernández Martínez, Teoría y método de la Arqueología, Madrid, 1991 (2ª reimp.).


(...) (p. 60) A pesar de la importancia cada vez mayor de los métodos de exploración no destructivos (...) la excavación sigue siendo el método principal de la Arqueología, ya que es el que permite recoger mayor información sobre un yacimiento. Como los restos están en su mayoría enterrados, resulta lógico pensar que para llegar a ellos no hay más remedio que desenterrarlos. Y la excavación no es más que eso: quitar la tierra que cubre los objetos y estructuras abandonados por el hombre en tiempos pasados. Los objetos serán llevados a otra parte, para su restauración, análisis y exposición pública, y las estructuras serán consolidadas, si es necesario y existen medios para ello, para su exhibición permanente o bien cubiertas de nuevo por tierra para evitar su destrucción posterior. El problema es que existen muchas maneras de desenterrar restos arqueológicos y cada vez cuesta más hacerlo adecuadamente. No se trata únicamente de sacar cosas de bajo la tierra, sino de registrar, dejar constancia escrita y gráfica de todo lo que aparece, de forma que luego se puedan estudiar las relaciones de cada objeto con los demás y con las estructuras. Casi como si después de la excavación quisiéramos reconstruir lo que hemos destruido, volver a poner cada cosa en su lugar original.
Porque, como se ha dicho tantas veces, excavar es destruir y todo lo que no se registre está perdido para siempre. Al contrario que una fuente escrita, un texto que se puede leer tantas veces como se quiera, las “páginas” arqueológicas (los niveles de un yacimiento) sólo se pueden leer una vez. Por eso son tan importantes la máxima observación y minuciosidad, y tan funestos la rapidez y el descuido. Un objeto extraído de un yacimiento sin el cuidado debido, es como si se hubiera robado; puede ser muy bello o poseer algún otro valor, pero es arqueológicamente inútil puesto que apenas nos informa sobre el momento, lugar y situación en los que fue fabricado y usado. De todo esto se deduce que la tarea de la excavación no puede ser encomendada a cualquiera, que hace falta poseer una formación específica, sólo adquirida durante el trabajo práctico, para realizarla (...)


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